
Vista aérea de Melbourne City
John Batman. Este señor de apellido tan peculiar fue el fundador de la ciudad de Melbourne, en sus orígenes conocida como “Batmania”. Personalmente, me quedo con Batmania, que es un nombre con mucho más gancho. John, granjero y hombre de negocios, nació en Sidney, vivió en Tasmania, exterminó a una familia aborigen, fundó Melbourne y tuvo siete hijos. Casi nada, el señor. Y todo esto antes de morir de sífilis a los 38 años. Ustedes se estarán preguntando cómo consiguió asentarse en Batmania. Muy sencillo: compró las tierras de la actual Melbourne a los nativos a cambio de ropa y mantas. Estos, hartos de ir con el culo al aire, no supieron negarse, cosa que me habría pasado a mí también (puedo asegurarles que si vienen a Melbourne pensando en el sol y la playa, se llevarán un chasco). Ay, Mr. Batman, qué poca vergüenza. Continue reading

Como dije en mi anterior artículo (me niego a escribir “post”!!), el viaje al país de Oz empezó mucho antes que mi viaje físico. Aquí solo hablaré del trayecto París-Melbourne:
Sucedió en Las Palmas, pero pudo haber sucedido en cualquier otra ciudad del mundo: cinco meses de miedo y asco cada mañana al levantarme, al ducharme, al desayunar, durante el trayecto hacia el instituto, al llegar al centro, subir las escaleras y llegar a la clase. Miedo y asco al ver entrar a mis alumnos por la puerta: a los buenos, a los malos, a las maricas locas aspirantes a drag-queen, a los indiferentes, a los que decían “me la suda”, “vete a la mierda”, “me la pela”. Miedo y asco al volver a casa, alivio al comer y dormir la siesta, miedo y asco de nuevo al abrir los ojos, ver el parking de enfrente, el bingo de debajo, los coches, el asfalto, las guaguas y escuchar el ruido, oler el humo de los barcos, sentir las ruedas de los camiones, los frenazos, los neones…