Border Security: Australia’s Front Line

Doña Aduana recibiendo a los nuevos visitantes.

A todos los que han visto esa serie sobre los controles de aduanas en los aeropuertos de Australia: ¡déjense de paparruchas! A menos que lleven semillas, comida, animales exóticos o drogas varias en su maleta, claro. Todos los que llegan desde el extranjero tienen que rellenar un cuestionario de unas 10 preguntas, todas ellas relacionadas con lo que transportan en su equipaje y con sus planes de viaje: adónde van, con quién, en dónde se van a alojar, cuánto tiempo, a santo de qué, etc. En eso los australianos son unos pejigueras, aunque no te preguntarán si tienes intención de liquidar al Primer Ministro o a la Queen of England, señora muy apreciada por estos lares.

Si sus pasaportes están en regla, tendrán el placer de conocer a una linda perrita labradora que les golifiará sin pudor todo lo que lleven encima. Y si encuentra algún rastro de chorizo o espetec en el bolso, no dudará en soplárselo al poli aduanero, la muy traidora. Esto me pasó a mí: me registraron el bolso y me preguntaron si llevaba flores secas entre las hojas de mis libros (¿?) Ya lo saben: no viajen con sus herbarios de Peritos Agrícolas a Oz.

Y cuando vuelvan a ver Border Security, piensen que la telerrealidad es como una vieja agorera con ganas de meter miedo solo para que no salgan de sus casas ni emigren en tiempos de crisis.

En la nave nodriza

Como dije en mi anterior artículo (me niego a escribir “post”!!), el viaje al país de Oz empezó mucho antes que mi viaje físico. Aquí solo hablaré del trayecto París-Melbourne:

Por motivos de logística económica, Alexis y yo tuvimos que viajar separados en compañías aéreas distintas: él con Malaysia Airlines, yo con Cathay Pacific. Mi experiencia aeronáutica fue fascinante, llena de comodidades (manta y almohada incluidas), viandas y entretenimiento a tutiplén. Desde que saliera de París hasta mi llegada a Hong Kong 11 horas después, en todo momento, el viaje se me pasó volando. Ni siquiera cuando me levanté de mi butaca reclinable, el tiempo pareció detenerse. Así pues, mis queridos lectores, todo en la nave nodriza fluía: el vaivén de las azafatas, mis excursiones al baño, las películas (cuánta variedad!), las cabezadas… Continue reading

El inicio del viaje

Sucedió en Las Palmas, pero pudo haber sucedido en cualquier otra ciudad del mundo: cinco meses de miedo y asco cada mañana al levantarme, al ducharme, al desayunar, durante el trayecto hacia el instituto, al llegar al centro, subir las escaleras y llegar a la clase. Miedo y asco al ver entrar a mis alumnos por la puerta: a los buenos, a los malos, a las maricas locas aspirantes a drag-queen, a los indiferentes, a los que decían “me la suda”, “vete a la mierda”, “me la pela”. Miedo y asco al volver a casa, alivio al comer y dormir la siesta, miedo y asco de nuevo al abrir los ojos, ver el parking de enfrente, el bingo de debajo, los coches, el asfalto, las guaguas y escuchar el ruido, oler el humo de los barcos, sentir las ruedas de los camiones, los frenazos, los neones…

Miedo y asco en Las Palmas. Miedo y asco, miedo y asco, miedo y asco…

Y una idea lejana y luminosa: Australia.

 

En el país de Oz

Dogothy & the Yellow Brick Road,                           by Vicky Knowles.

¡Llegamos! ¡Estamos en Oz! ¡Alexis y yo! Sí, mis queridos lectores: escribo desde Oz, desde Melbourne city. Habría sido más bonito hacerlo desde la ciudad Esmeralda, pero yo no soy Dorita ni llevo puestos mis chapines de rubíes. Además, Totó murió de moquillo en el otoño del ‘44, la bruja malvada del Este se convirtió al Islam y el hombre de hojalata, el espantapájaros y el león se unieron en comandita, consiguieron una beca Erasmus, se fueron a Bucarest y acabaron trabajando en un circo gitano. En cuanto al mago, tuve la suerte de conocerlo antes de jubilarse, y me dijo algo acerca de las baldosas amarillas que nunca olvidaré: Continue reading