Cinco: Lake Tekapo, Lake Pukaki y Mount Cook.
Desde Timaru pusimos rumbo al centro de la Isla del Sur. El frío era cada vez más frío y las montañas, más montañas cada vez, se iban aproximando a medida que pisábamos el acelerador. En Nueva Zelanda conducir es una maravilla, algo así como lo que sentimos en Tasmania. Apenas hay coches, sobre todo en esta época del año, y las carreteras son sencillas, bien mantenidas en general.
A medida que nos íbamos acercando a las montañas, el paisaje iba cambiando: más nevado, más salvaje y a la vez, ¡tan familiar! Muchas veces pensé en los paisajes erosionados y desiertos de Fuerteventura y Lanzarote. Incluso la vegetación me recordaba mucho a Canarias (claro que apenas sé nada de vegetación…pero aquello era familiar). Las colinas, volcanes y llanuras se iban intercalando, mucho pasto, mucha vaca y oveja, y de pronto, los lagos. El lago Tekapo fue el primero que descubrimos. Luego el inmenso lago Pukaki de aguas turquesas. Y qué tranquilidad, qué silencio. ¡No se oía prácticamente nada!
Salvo, de vez en cuando, una bandada de cisnes, un coche o un camión. Y luego silencio otra vez.
A orillas del lago Pukaki, al lado de una tienda de souvenirs, se concentraban unos cuantos turistas japoneses haciéndose fotos en grupo con el monte Cook al fondo. Alexis y yo no pudimos resistir entrar en la tienda y comprar salmón ahumado. Y después de probarlo, no nos arrepentimos de aquello.
Poco después ya estábamos conduciendo a orillas del Pukaki, con el monte Cook (unos 3700 metros de altitud) cada vez más cerca. Bajamos de la furgoneta, caminamos sobre la nieve, contemplamos el atardecer, el desfile de colores, y sentimos frío, frío y más frío. Y entonces nos fuimos a dormir a un camping con su cocina, su chimenea y todo. ¡Éramos los únicos! (cómo me acordé de la película esa de “El resplandor”). Cocinamos en la enorme cocina y nos fuimos a dormir.
¡Y qué estrellas! Nunca vi un cielo tan despejado y lleno de estrellas.