¡Llegamos! ¡Estamos en Oz! ¡Alexis y yo! Sí, mis queridos lectores: escribo desde Oz, desde Melbourne city. Habría sido más bonito hacerlo desde la ciudad Esmeralda, pero yo no soy Dorita ni llevo puestos mis chapines de rubíes. Además, Totó murió de moquillo en el otoño del ‘44, la bruja malvada del Este se convirtió al Islam y el hombre de hojalata, el espantapájaros y el león se unieron en comandita, consiguieron una beca Erasmus, se fueron a Bucarest y acabaron trabajando en un circo gitano. En cuanto al mago, tuve la suerte de conocerlo antes de jubilarse, y me dijo algo acerca de las baldosas amarillas que nunca olvidaré:
Caminanta, no hay camino, se hace el camino al andar.
Así que anduve y anduve y anduve y conocí a Alexis. Y un año después, cogimos un avión en París y, después de muchas horas y kilómetros, llegamos a Australia, este inmenso país de las antípodas que sus habitantes llaman Oz.
Y como somos caminantes, y no hay camino, seguimos andando.