Hoy escribo desde Sídney

Y esta entrada simboliza el ecuador de nuestro año sabático.
Alexis y yo hemos vivido ya seis meses en Australia, entre Victoria y Tasmania, y hoy inauguramos la segunda parte del viaje.

Hoy escribo desde Sydney, y también dibujo, pero también podía haberlo hecho antes, desde Merimbula, Tathra, Bermagui, Tilba Tilba, Congo, Moruya Heads o desde sitios con nombres tan novelescos como Tingaringi, Culburra, Milperra, Monga o Tumorrama.

A todo el mundo le hace soñar pensar en Sydney, que es la niña consentida de Australia con su ópera y sus playas, pero no siempre fue así… Cuando llegó el primer barco cargado de criminales procedente de Inglaterra en 1788, sepan que no había ópera ni restaurantes ni tablas de surf. Tampoco había alcantarillado ni seguridad social ni mujeres. La vida valía poca cosa en Sydney, la comida era (y sigue siendo) cosa mala, las condiciones eran muy duras. Pero el cambio llegó cuando un tal John Macarthur introdujo la oveja merina en Australia y se dieron cuenta de que se daba muy bien y que, si vendían la lana a Inglaterra, iban a ganar mucho dinero. Y a partir de ahí, la primera colonia de Australia despegó y un señor llamado Macquarie decidió que había que evangelizar a los aborígenes y cosas así. Y luego llegó la Fiebre del Oro y poco después, Alexis y yo en nuestra furgoneta…

Lo que estaba queriendo decir antes de irme por las ramas es que todo el mundo quiere venir a Sydney porque es algo así como el París o Los Ángeles de Oceanía, porque suena glamuroso, y estoy de acuerdo.

Pero el objetivo de este “post” no era homenajear a Sydney, sino a todos los pueblos con nombres de otros tiempos a los que es posible que nunca vaya, lugares como Pallamallawa, Cabramurra, Boro, Nerriga, Tumbarumba, Wagga Wagga y una larga lista que podía haber salido, como un mantra, desde un tronco seco y vacío de eucalipto, carcomido por las termitas.

 

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