Sídney es una ciudad preciosa, pero hemos tenido que irnos. Después de cuatro semanas viviendo en el Lane Cove National Park decidimos escuchar el mensaje que nos enviaban los dioses: “¡búsquense otro camino, otro reto, otro lugar! ¡Blue Mountains Mountains Mountains Mountains…! Y así, escuchando el eco de los dioses, partimos a las Montañas Azules. Era 13 de abril, sábado por la tarde, y había una caravana de coches saliendo de Sídney, y una aún mayor entrando. No sabíamos por qué. Creíamos que todo el mundo había recibido el mismo mensaje místico de las montañas y que habría comenzado una lenta peregrinación de rodillas en nuestra dirección. Quizás fuera mejor así…
Por la noche, (es un decir, porque eran las seis de la tarde…pero sí, ya era de noche!), decidimos hacer un alto al lado de un pantano. El lugar se conoce como Bulls Camp Reserve y no es sino un descampado con baños para que los conductores descansen un rato antes de retomar el camino. Allí conocimos a Spike, Lara y Louis (inglés, alemana y franco-americano), peregrinos como nosotros. Ellos también habían recibido la llamada. Igual que el trío de quebequenses de Montréal que conocimos a la mañana siguiente: Caroline, Matt y su hija de tres años Daniella. Todos habíamos recibido la misma llamada y teníamos un objetivo común: ¡llegar a ese lugar! Igualito que en Encuentros en la tercera fase. ¡Cha na na na na, cha na na na na, cha naná nanááá!
Y siguiendo al joven Spike de Essex, que ya conocía el camino, llegamos a las Wentworth Falls. ¡Magníficas! ¡En mi vida había visto unas cascadas así! Claro que, nunca antes había visto cascadas. El agua estaba helada, pero Spike, Lara y Louis no dudaron en bañarse ante los ojos atónitos de los turistas.
Después de aquello, seguimos a Spike hasta Echo Point, desde donde pudimos admirar una panorámica espléndida de las Montañas Azules y las Three Sisters, tres peñascos enormes de pie al borde de un acantilado. Allí perdimos de vista al joven inglés y a sus amigos, pero seguimos el camino con los quebequenses y una araña gigante que se coló en nuestra furgoneta y se escondió en algún oscuro lugar.
Al día siguiente, amanecimos en otro descampado al lado de una vía de tren, jugamos con la pequeña Daniella y seguimos con sus padres hasta Govetts Leap, otro magnífico mirador con vistas a las montañas de color azul. Daniella le dijo a un señor que las montañas eran verdes y él la corrigió diciendo que eran azules, a lo que ella respondió bien alto: NO, GREEN! Nos reímos mucho, pero el señor tenía razón: las montañas están cubiertas de una bruma azul, que no es otra cosa que el efecto que hace la enorme concentración de “Blue Gum”, uno de tantos tipos de eucaliptos australianos. Esto me lo dijo un grupo de chilenos y argentinos que nos tropezamos.
Allí nos despedimos de nuestros amigos canadienses y Matt nos despidió tocando el ukelele y cantando una canción cubana con perfecto acento cubano. Después de separarnos de ellos, Alexis y yo visitamos brevemente el Rhododendron Park antes de pasar por todos los miradores de las Blue Mountains a extasiarnos con las vistas y sacar varias conclusiones mágicas: que Australia es bella, que la gente de dondequiera que sea es bella y que ¡no hay conclusión!
De Alto Cedro voy para Macané
Llego al Puerto voy para Mayarí…
Que envidia Elisa!!
Gracias Alberto!