SuperTyber!, el hijo de Ostii.

Son casi las siete de la tarde y Tyber corre desnudo por la casa chillando con la idea de romper todos los vidrios y tímpanos de los alrededores. Es un monstruo verde y está enfadado. O un ser de otra galaxia con superpoderes…y está muy enfadado.

En Salanya, Sailors Falls, el día ha estado frío y la chimenea quemando madera frenéticamente. La leña, convertida en fuego, no ha parado de escupir humo al exterior, transformando el imponente paisaje en bruma pasajera. Tyber da saltos de acá para allá cantando y haciendo voces raras, luego se pone un pijama estampado con coches de colores, se abotona la camisa con delicadeza y ruge como un fiero león. Saca los Lego y me propone armar un 4×4 con ellos. Lo intento torpemente, pero él me explica con maestría y poco después, se transforma en oso, rata, gruñe, araña el suelo y se arrastra y, por último, como un digno Dr. Jekyll, repite sin parar a su padre: eggs eggs eggs, purple carrots!!

Son las siete y cuarto de la tarde y es la hora de cenar. Tyber es un vampiro de colmillos afilados, luego un contorsionista. Can you do this?, pregunta a la vez que hace muecas y se retuerce como un pedazo de goma. I bet you can’t do this, insiste mientras pasa un pie por detrás de su despelujada cabeza rubia. Of course!, le digo mientras me miento. Después se vuelve loco durante cinco minutos, loco brillante, y repite sin cesar dando vueltas sobre sí mismo: blah blah blah blah blah blah… Are you annoyed yet?, pregunta. Más tarde, disparatado, enseña el culo y me pregunta si puedo hacer lo mismo. I don’t think so, demasiado pudor.

Qué simples somos los extranjeros que llegamos a Australia con la consabida retahíla de palabras en la cabeza, Aborigen-Boomerang-Canguro-Didgeridoo, pensando que este país es solo eso. Y qué diferente se vuelve Oz al descubrir que un niño cualquiera, australiano, suizo o ruso, es todo eso a la vez. Todo eso y mucho más.

Y todo eso es Tyber.

Y mucho más.